La dermatitis atópica, también conocida como eccema atópico, es una enfermedad cutánea crónica y recurrente que se caracteriza por la inflamación y la irritación de la piel. Suele afectar principalmente a personas con predisposición genética a las alergias y afecciones atopicas, como el asma y la rinitis alérgica. Esta condición es más común en niños, aunque también puede persistir en la edad adulta.
Los síntomas típicos de la dermatitis atópica incluyen:
Piel seca y prurito (picazón): La piel suele estar muy seca, áspera y sensible. El prurito es un síntoma distintivo y puede ser intenso, lo que puede llevar a rascarse y empeorar la inflamación.
Enrojecimiento: Las áreas afectadas de la piel pueden volverse rojas e inflamadas debido a la irritación y la respuesta inmunológica.
Lesiones y ampollas: Pueden formarse pequeñas ampollas, protuberancias o costras debido al rascado constante. Si se rompen las ampollas, la piel puede volverse más vulnerable a infecciones.
Engrosamiento cutáneo: Con el tiempo, la piel afectada puede engrosarse debido al rascado y a la inflamación crónica, lo que lleva a una textura rugosa.
Localización común: Las áreas más afectadas suelen ser los pliegues de la piel, como los codos, las rodillas, el cuello, las muñecas y los tobillos. Sin embargo, la dermatitis atópica puede manifestarse en cualquier parte del cuerpo.
Ciclo de brotes y remisiones: La enfermedad tiende a manifestarse en forma de brotes intermitentes. Puede haber períodos en los que los síntomas sean más graves (brotes) y momentos en los que la piel mejore (remisiones).
La dermatitis atópica es una afección multifactorial, lo que significa que diversos factores contribuyen a su desarrollo y empeoramiento. Estos factores pueden incluir la genética, la disfunción de la barrera cutánea, las alergias, el estrés, el clima, los irritantes y alérgenos ambientales, así como la microbiota cutánea.
Es importante visitar a tu dermatólogo de confianza para el tratamiento adecuado en tu caso o de tu bebé.