El acné es una afección cutánea común que se caracteriza por la presencia de espinillas, puntos negros, pústulas y, en casos más graves, quistes en la piel. Afecta principalmente a los folículos pilosos y las glándulas sebáceas, que son las estructuras que producen el sebo, una sustancia oleosa que ayuda a mantener la piel lubricada. El acné generalmente se desarrolla en áreas donde hay una mayor concentración de glándulas sebáceas, como la cara, el cuello, el pecho, la espalda y los hombros.
El acné se forma cuando los folículos pilosos se obstruyen con sebo y células muertas de la piel, creando un ambiente propicio para el crecimiento de bacterias. Estas bacterias pueden provocar inflamación en el folículo, lo que da lugar a la formación de espinillas y lesiones inflamatorias. Los diferentes tipos de lesiones de acné incluyen:
Puntos negros (comedones abiertos): Pequeñas protuberancias oscuras que aparecen en la superficie de la piel. No están llenos de suciedad, sino de sebo y células muertas que han oscurecido en contacto con el aire.
Espinillas (comedones cerrados): Lesiones similares a los puntos negros, pero cerradas por una capa de piel. Pueden ser blancas o del mismo color de la piel.
Pústulas: Lesiones inflamatorias con un centro blanco o amarillo rodeado de piel enrojecida.
Nódulos y quistes: Formaciones más profundas y dolorosas bajo la piel que pueden dejar cicatrices. Los quistes son nódulos llenos de pus.
El tratamiento del acné puede variar según la gravedad de la afección e incluir medidas tópicas (geles, cremas y lociones), medicamentos orales (como antibióticos y retinoides), procedimientos dermatológicos (como peelings químicos y terapia con láser) y cambios en la rutina de cuidado de la piel. Es importante trabajar en estrecha colaboración con un dermatólogo para determinar el enfoque más adecuado para el tratamiento del acné y minimizar el riesgo de cicatrices permanentes.
